Hoy de nuevo he cambiado de dueño, estoy a la expectativa pues no sé cómo me tratarán, ni cuanta gente tendré que transportar diariamente. No es ésta la primera vez, soy un poco vieja, he tenido algunos dueños, y éste no tarda en comenzar a soñar; le pondré esto y aquello, cambiaré su color, su sonido; le quitaré... bueno, ya lo oiré en cualquier momento.
Empiezo a sentir miedo, este nuevo dueño ha dado unos acelerones que hicieron temblar toda mi carrocería y toser a mi carburador. Hizo chillar mis llantas y de repente me dirigió hacia una de las más empinadas y tendidas cuestas de la ciudad; me obligó a subir a una velocidad de cincuenta y cinco kilómetros por
hora; estuve a punto de escupir en pedazos mis pistones, ¡pobre
motorcito mío!, esto no ha sido nada, podría perdonarle todo este maltrato, lo peor fue que de regreso a casa me llevó con, el hacedor de milagros según él, su carrocero de cabecera.
Escuché con mucho cuidado todo lo que decían, esto incrementó mis temores, pues pidió a su milagroso carrocero que amputara la parte central de mi carrocería, ¡qué horror!, me llamó larga y estorbosa. Además de las humillaciones tendré que soportar el corte de la sierra eléctrica con sus filosos dientes de carbón y el molesto tallado de las lijas.
Déjemela, dijo don Javier, se la tendré como nueva en una semana.
Está bien, contestó mi nuevo dueño, nos veremos pronto.
Antes de retirarse, se sentó al volante y comenzó a platicarme, dijo que nadie iba a quererme igual, porque sería su obra maestra, me convertiría en la minivan más mini que hubiese conocido, serás única, dijo; blanco capacete y azul lo que resta de tu cuerpo ¿te parece?. ¡Wahoo! Intenté exclamar, me gustó la idea.
Mi nerviosismo desapareció, pues valía la pena el sacrificio. Me sentí mucho mejor cuando prometió no forzarme más de esa manera, pues sólo estuvo probándome.
Quedé conforme, estacionada en mi hospital, donde me practicarían la cirugía estética reconstructiva, pensando en cómo quedaría con mi intervención quirúrgica. Segura de que en verdad sería la miniminivan más original y especial y que además tendría un nuevo dueño que platicará conmigo, que me cuidará y me querrá por siempre.
Empiezo a sentir miedo, este nuevo dueño ha dado unos acelerones que hicieron temblar toda mi carrocería y toser a mi carburador. Hizo chillar mis llantas y de repente me dirigió hacia una de las más empinadas y tendidas cuestas de la ciudad; me obligó a subir a una velocidad de cincuenta y cinco kilómetros por
hora; estuve a punto de escupir en pedazos mis pistones, ¡pobre
motorcito mío!, esto no ha sido nada, podría perdonarle todo este maltrato, lo peor fue que de regreso a casa me llevó con, el hacedor de milagros según él, su carrocero de cabecera.
Escuché con mucho cuidado todo lo que decían, esto incrementó mis temores, pues pidió a su milagroso carrocero que amputara la parte central de mi carrocería, ¡qué horror!, me llamó larga y estorbosa. Además de las humillaciones tendré que soportar el corte de la sierra eléctrica con sus filosos dientes de carbón y el molesto tallado de las lijas.
Déjemela, dijo don Javier, se la tendré como nueva en una semana.
Está bien, contestó mi nuevo dueño, nos veremos pronto.
Antes de retirarse, se sentó al volante y comenzó a platicarme, dijo que nadie iba a quererme igual, porque sería su obra maestra, me convertiría en la minivan más mini que hubiese conocido, serás única, dijo; blanco capacete y azul lo que resta de tu cuerpo ¿te parece?. ¡Wahoo! Intenté exclamar, me gustó la idea.
Mi nerviosismo desapareció, pues valía la pena el sacrificio. Me sentí mucho mejor cuando prometió no forzarme más de esa manera, pues sólo estuvo probándome.
Quedé conforme, estacionada en mi hospital, donde me practicarían la cirugía estética reconstructiva, pensando en cómo quedaría con mi intervención quirúrgica. Segura de que en verdad sería la miniminivan más original y especial y que además tendría un nuevo dueño que platicará conmigo, que me cuidará y me querrá por siempre.
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